¿Por quienes murió Cristo, por todos o por algunos?

Lc. 22:20. «De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.»

En este Evangelio se leen las palabras de Jesús, como que la copa, símbolo de Su sangre, se derrama por vosotros, en el entorno del relato sería por los discípulos que cenaban con Él. Pero, en el relato según Marcos, se lee que esa sangre fue vertida por muchos, excediendo con ello a los discípulos, pero presentando un aspecto limitativo en el sentido de que no es por todos, sino por muchos. Hay una aparente discrepancia ya que Según Lucas el Señor dijo “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama”. Uniendo estas referencias del relato de la institución de la ordenanza y las palabras con que el apóstol Pablo se la recuerda a los corintios, surge inevitablemente una pregunta: ¿Por quienes murió Cristo, por todos o por algunos? El tema es complejo porque para determinarlo es necesario recurrir a un estudio detallado de la Escritura, especialmente del Nuevo Testamento, cosa que excede en todo a lo que corresponde al comentario de un texto, por lo que será suficiente con hacer una aproximación al contenido de las palabras.

Las posiciones frente a esta verdad son distintas y, en muchos casos, contradictorias. Por un lado, está lo que se llama calvinismo extremo, que incluye a los supralapsarios que entienden que, dentro del Decreto Eterno de Redención, la elección divina para salvación y la elección para reprobación ocupa el primer lugar. Es decir, que antes de que Dios hubiera creado al hombre, antes de permitir su caída y antes de establecer el plan de redención, determinó salvar a algunos y condenar a otros. Para esta forma de pensamiento, la expresión “por muchos”, quiere decir que Jesús murió solo por los elegidos para salvación. Diferente es la posición sobre esto del calvinismo moderado, que entiende que la redención de Dios en Cristo es ilimitada, es decir, que el Salvador murió por todos, o de otro modo, que el Señor murió real y plenamente por todos los hombres, por cuya razón establece la predicación del evangelio a todos. Esta posición entiende también que Dios ejercitará Su poder soberano en la salvación de los escogidos. Creen en la total depravación del hombre, en su total incapacidad para creer a no ser que sea ayudado por el Espíritu Santo, y que la muerte de Cristo, en el plano de la imputación, es base suficiente para la salvación de todos y cada uno de los hombres, con tal de que el Espíritu de Dios tenga a bien atraerlo. Entiende, esta posición, que la muerte de Cristo por sí misma, es decir, como hecho histórico y base de salvación, no salva a nadie, ni real ni potencialmente, sino que hace a todos los hombres salvables.

En relación al aparente contraste entre elección y redención, escribe el Dr. Chafer:

“El camino real de la elección divina es algo completamente aparte del camino real de la redención. Respecto a la elección se nos declara que ‘a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó’ (Ro. 8:30), y todo creyente puede regocijarse en esta gran certeza. Respecto a la redención está escrito que Cristo murió por los hombres caídos y que la salvación basada en esta muerte, es otorgada a todos cuantos creen, mientras que la condenación pende sobre aquellos que no creen, y precisamente por rehusar lo que ha sido provisto para ellos. Parecería innecesario el advertir que los hombres no pueden rechazar lo que ni siquiera existe, y si Cristo no murió por los no elegidos, éstos no pueden ser condenados por incredulidad (comp. Jn. 3:18). Tanto la salvación como la condenación están condicionadas por la reacción del individuo ante una y la misma cosa, a saber, la gracia salvífica de Dios, hecha posible mediante la muerte de Cristo”[1].

Pudiera apreciarse un aparente contraste o incluso una contradicción entre las palabras que Lucas recoge como expresión de Jesús al distribuir el vino en el establecimiento de la ordenanza del Partimiento del Pan, y otros textos bíblicos. No cabe duda que el apóstol Pablo que habla de elección y predestinación, también enseña que “Cristo murió por todos” (2 Co. 5:14, 15) y, todavía más, “se dio a sí mismo en rescate por todos” (1 Ti. 2:6). El problema es presentado de esta forma por el Dr. Lacueva:

“El planteamiento de la cuestión no puede ser, a mi juicio, otro que el siguiente: ¿Estuvo limitada la obra de la Cruz sólo a los elegidos, a los que iban a ser personalmente salvos, de modo que Cristo realizó para ellos, y sólo para ellos, la expiación sustitutiva, la propiciación, la reconciliación y el pago del rescate? ¿O fue dicha obra efectuada en favor de todo el mundo, de tal manera que Dios, mediante la redención llevada a cabo en el calvario, proveyese a todos de suficientes medios de salvación, aunque sólo sean salvos los que personalmente se apropian dicha provisión conseguida mediante la obra redentora de Cristo?”[2].

Probablemente tanto los limitacionistas como los universalistas, entre los que están quienes militan en el arminianismo extremo, para los que sólo se pierden aquellos que deciden voluntariamente separarse de la gracia, están en un error básico, consistente en no distinguir dos aspectos fundamentales en la redención, la sustitución potencial, operativo para todos los hombres, y la sustitución virtual, efectivo y eficaz para quienes creen. ¿Qué es la sustitución potencial y virtual? En la Cruz, Cristo no sustituyó personalmente ni hizo expiación personal de los pecados de algunos, ya que si así fuese cuando estos naciesen, nacerían ya justificados, sino que proveyó de los recursos infinitos que hacen salvables a todos los hombres, es decir, hace provisión potencial de salvación para todo aquel que cree, pero sólo sustituye a los creyentes haciendo para ellos que la expiación potencial, se transforme en virtual, es decir, eternamente eficaz para los que creen. Un texto clave que confirma estas observaciones procede de Pablo, que escribe: “El Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen” (1 Ti. 4:10). La verdad bíblica hace necesario admitir la provisión potencial de salvación para todos. No cabe duda que Dios envió a Su Hijo al mundo “para que el mundo sea salvo por él” (Jn. 3:17). Todavía más, el apóstol Juan recoge palabras del propio Señor: “para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, más que tenga vida eterna” (Jn. 3:16). La expresión “para que todo aquel que cree” indica la condición bajo la cual la redención y sustitución potencial, se hace virtual. Hay muchos textos bíblicos que enseñan la universalidad potencial de la redención. El apóstol Juan afirma que Dios envió a Su Hijo al mundo, no para ser causa de condenación, sino para que el mundo sea salvo por Él (Jn. 3:16-17). En este pasaje se aprecia que la condenación de algunos no es debida a una exclusión de Dios, sino a la rebeldía e incredulidad del hombre. Cuando el apóstol Pablo predicó el evangelio en Atenas, en un mensaje dado específicamente a gentiles reunidos en el areópago, concluye diciendo que “Dios manda ahora a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hch. 17:30). No es posible entender el mandamiento de Dios si hubiese sido establecida una limitación previa hacia algunos hombres para quienes el sacrificio redentor no tendría razón alguna, por cuanto no les alcanzaría en ningún modo. Si Él manda a todos que se arrepientan, necesariamente existe una expiación potencial, por la cual todos los hombres que se arrepientan, es decir, que crean en Cristo en respuesta al mensaje del evangelio, podrán ser salvos. El apóstol Pablo enseña una reconciliación potencial, en la cual Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo (2 Co. 5:19). En ese sentido la humanidad entera ha entrado en una nueva relación en la que Dios la ha colocado, por medio de la cual, en base a la obra de Jesucristo, Él hace salvable potencialmente a todos, aunque sólo se beneficien de esa obra quienes se reconcilien, esto es, acepten por fe la obra de reconciliación que Dios hizo en Cristo, en cuyo momento la reconciliación potencial, se convierte para el creyente en reconciliación virtual. Aún más, la Biblia dice que “Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Ti. 2:4), entendiendo este querer como deseo y no como designio. El complemento a esto es que Jesús “se dio a sí mismo en rescate por todos” (1 Ti. 2:6). La enseñanza correspondiente a la lectura del texto es clara: el término todos implica la totalidad de los hombres incluidos en un rescate potencial, mediante el cual Dios hizo provisión de redención para todos, pero que sólo se hace virtual, esto es, personal, para quien acepta la obra de redención por fe en el Redentor. Esta es la línea de pensamiento del apóstol Pablo que enseña que Dios “es el Salvador de todos los hombres mayormente (principalmente, especialmente) de los creyentes” (1 Ti. 4:10). La lectura del texto es clara: Dios hizo provisión potencial de salvación para todos los hombres, que se hace virtual, esto es, eficaz para los creyentes. Esa misma verdad es la que le lleva a decir que el Señor “gustó la muerte por todos” (He. 2:9). No podría ser una experiencia virtual, ya que supondría la salvación universal de todos los hombres sin necesidad siquiera  del ejercicio de fe, sino una experiencia potencial, mediante la cual Dios hace salvable a todo hombre. Podrían seguir añadiéndose textos, pero será suficiente, como resumen de las citas bíblicas que sustentan la verdad de una redención ilimitada, es decir, que Jesús murió por todos y no sólo por algunos, las palabras del apóstol Juan que afirma que “Jesucristo es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Jn. 2:2). No todos los pecados de todos los hombres de todo el mundo quedan perdonados automáticamente a causa de la muerte de Jesucristo, sino que por esa muerte se ofrece la propiciación potencial, para todos, pasando a ser virtual para quienes creen.

La distinción entre sustitución potencial y sustitución virtual, se pone de manifiesto con toda claridad en la profecía de Isaías, donde utiliza el término el pecado en singular para referirse a la masa de pecado del mundo transferida potencialmente a Cristo en la Cruz (Is. 53:6), mientras que utiliza el plural “nuestras enfermedades… nuestras rebeliones… nuestros dolores… nuestros pecados… nuestra paz” (Is. 53:4-6), para aludir a la experiencia de cada creyente en relación con la transferencia virtual sobre Jesús del pecado de los que creen. Toda dificultad en relación con la elección, salvación universal o limitada, y expiación, quedan resueltas entendiendo los dos aspectos de la obra de la Cruz. Por un lado el potencial, mediante el cual Dios puede salvar a todos los hombres que crean, y por otro el virtual, que hace eficaz la potencialidad salvadora para quienes creen en el Hijo y lo reciben como Salvador personal. Esta armonización para entender las palabras que Marcos recoge en la institución de la Cena del Señor, según las cuales la sangre de Cristo se derramó por muchos, en sentido de virtualidad salvadora, y derramó por todos, en sentido de potencialidad salvadora.

La sangre derramada, hace posible la resolución de la penalidad por el pecado, ya que el sacrificio Suyo en la Cruz, es el medio por el que esa responsabilidad penal es ejecutada y los pecados de los creyentes en base a la obra sustitutoria, son remitidos, esto es cancelada la responsabilidad penal, por lo que se puede afirmar que no hay condenación para el que está en Cristo, posición de salvación (Ro. 8:1). La muerte del Salvador, la entrega de Su vida en sacrificio expiatorio, la sustitución personal hecha en Su muerte, tiene como objetivo el perdón de los pecados. El Nuevo Pacto, establecido sobre la vida entregada, simbolizada en la sangre vertida del Hijo de Dios, es el documento de perdón. Dios alcanza en la obra de la Cruz la base para la reconciliación del mundo consigo mismo (2 Co. 5:18-19). El Salvador basó el perdón de los pecados sobre el derramamiento de Su propia sangre. La entrega de Su vida fue un acto eminentemente sustitutorio. De ahí la forma de entender la preposición uJpeVr, en este versículo como a favor de, sino como en lugar de. La realidad del perdón en base a la obra de Cristo es una verdad bíblica: “Dios os perdonó a vosotros en Cristo” (Ef. 4:32), y añade la Escritura “y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones” (He. 10:17). La iniciativa del perdón es enteramente de Dios. Es un perdón completo y motivado por el amor, ya que la salvación –que comprende el perdón de pecados- es una manifestación de la gracia (Ef. 2:8-9). Para que Dios pueda otorgar el perdón de pecados era indispensable el derramamiento de la sangre de Su Hijo (He. 9:22), en sentido de entrega sustitutoria de la vida en lugar de la del pecador (Lv. 17:11). Si la pena del pecado puede ser remitida es porque la obra de Jesucristo adquiere carácter sustitutorio que satisface todas las demandas que la justicia de Dios tenía establecidas contra el pecador. En el ejemplo de la antigua alianza, el pecador no era perdonado hasta que el sacerdote presentaba un sacrificio de expiación, que era figura de la muerte de Cristo en la Cruz (Lv. 4:20, 26, 31, 35; 5:10, 13, 16, 18; 6:7; 19:22; Nm. 15:25, 26, 28). En la Cruz, mediante el sacrificio de Jesucristo, prevalece la misma verdad ya que Su muerte de infinito valor es base de perdón por sustitución de todo pecador que cree. El testimonio bíblico es evidente: “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Ef. 1:7; Col. 1:14). La redención y perdón de pecados, como obra divina y parte del Plan de Salvación es ejecutada por Dios en Cristo, que es entregado por nosotros (Ro. 4:25). Tras este hecho está la iniciativa divina (Ro. 8:30, 31). Dios da a Cristo como precio por nuestros pecados, constituyéndolo como único Redentor (Jn. 3:16; Ro. 3:24). El sacrificio de Cristo es un sacrificio expiatorio, en el cual es puesto como víctima mediante el derramamiento de Su sangre (2 Co. 5:21). El derramamiento de la sangre expresa la idea de la satisfacción del precio infinito pagado por Dios para nuestra redención (Hch. 20:28; 1 P. 1:18-20). En la Cruz el Salvador se hace nuestro sustituto, ya que la salvación exige e incluye la sustitución. Cristo no sólo murió a favor del creyente, sino ocupando su lugar. La sustitución era necesaria en razón de la imposibilidad humana de restituir la ofensa cometida. La deuda infinita sólo queda saldada cuando se carga en la cuenta infinita de la vida de Dios-hombre, que se da en Cristo por el creyente. Hablar de pena o responsabilidad infinita, puede resultar exagerada e incluso injusta desde el punto de vista del pensamiento humano. Pero no puede olvidarse que la responsabilidad penal no se mide por quien la comete sino por la comisión en sí misma. De manera que el pecado se convierte en una ofensa infinita porque es hecho contra el infinito Dios, de modo que sólo una muerte de infinito valor podría sustituir la responsabilidad penal de todos los hombres, cancelando toda demanda para el creyente (Ro. 5:1; 8:1) y libera al creyente de toda condenación. La consecuencia de esa obra es el perdón de pecados que, como se ha dicho antes, es la remisión definitiva del estado de condenación. Cristo en la Cruz llevó sobre sí los pecados pasados, presentes y futuros del creyente, perdonándolos Dios totalmente en base a esa obra (Col. 2:13b). Ese es el alcance de las palabras de Jesús, cuya sangre es derramada eficazmente por muchos, pero potencialmente por todos

[1] L. S. Chafer. o.c., Vol. 1, pág. 1003.

[2] F. Lacueva. La Persona y la obra de Jesucristo. Editorial Clie. Terrassa, 1979, pag. 230 s.

Extraído del comentario a Lucas – Samuel Pérez Millos